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jueves, 21 de mayo de 2015

Yo de política no hablo

Yo de política no hablo. Los que me conocen saben muy bien que es un tema de conversación que generalmente suelo eludir y sobre el cual, cuando aporto opinión alguna, suele ser no solo de forma anecdótica sino además, meramente crítica.

No me gusta hablar de política por dos motivos que se encuentran estrechamente interconectados.

El primero es que mi formación y mi información sobre el tema suele estar muy limitado; no me fío de prácticamente ningún medio de comunicación en este aspecto —porque casi todos cojean—, y mi opinión personal suele construirse a partir de una fiabilidad meramente estimativa, obviamente subjetiva, y por tanto, dificilmente defendible por el sistema argumentativo que suelo emplear yo —que es un sistema basado en la evidencia empírica objetiva—. Esto hace que, en cualquier debate o conversación sobre política que se pueda tener conmigo, mi contrincante tenga las de ganar: no estoy acostumbrado a defender una postura de la que no dispongo de evidencias claras que la secunden.

El segundo motivo, muy relacionado con la última parte del motivo anterior, es que las conversaciones sobre política, tal y como me dice la experiencia, solo tienen dos finales. El final "bueno" suele darse cuando todo el mundo opina igual respecto a un determinado tema político, punto en el cual los interpelantes se enaltecen los unos a los otros y se enorgullecen de lo acertado de su opinión —pese a ser, generalmente, solo eso, una opinión—. En el otro extremo se encuentra el final feo, en el cual, dos o mas partes de los desatientes exhiben ideas diferentes o contrarias respecto a un determinado aspecto de la conversación en cuestión. Al no existir en este campo un espectro objetivo basado en la evidencia —o de existir, ser prácticamente inalcanzable—, no hay forma racional de alcanzar un acuerdo cuando esta situación sucede, de modo que la conclusión habitual suele ser una desazón que, al menos para mi, es muy desagradable. No me gustan las conversaciones que no llegan a ninguna parte.

Como bien decía Carl Sagan: «En la ciencia suele ocurrir que un científico diga: "es un buen argumento, yo estaba equivocado", cambie de opinión y desde ese momento no se vuelva a mencionar la antigua posición. Realmente pasa. Aunque no lo frecuentemente que debería, ya que los científicos son humanos y el cambio es a veces doloroso. Pero ocurre cada día. No recuerdo la última vez que algo así pasó en política o religión.»

Es por ello que yo no hablo de política.

Pero hay cosas que me llaman la atención, y que si bien entra el tema político, es en realidad un aspecto tangente —es decir, que mantiene el contacto en un solo punto—. Y es el amplio mundo de las pseudociencias, abordado desde la perspectiva política.

Dentro de unos días serán las elecciones municipales y autonómicas aquí en España. Si llegas tarde a leer este artículo, seguramente ya hayan sucedido. O tal vez estás leyendo esto el mismo día que vas a ir a votar. En cualquiera de los casos, no pretendo ni hacer una predicción, ni hacer publicidad ni generar apoyo a ninguna de las opciones políticas.

Solo quiero dar cuenta de ciertos matices que aparecen en algunos programas políticos, y que demuestran, si los responsables opinan de verdad tal y como está escrito, una profunda ignorancia científica, y si opinan de forma distinta pero aún así lo ponen en sus programas, una clara intención de ganar el voto por parte de los partidarios o creyentes de ese tipo de charlatanerías, acudiendo, por tanto, a la ignorancia del votante.

Mi amigo Isidoro Martínez ya mostró hace días en Twitter que determinados temarios de los libros de texto de ciertas editoriales están fomentando, en una asignatura que supuestamente va de «cultura científica», una serie de afirmaciones pseudocientíficas más propias del adoctrinamiento que de la enseñanza de verdad. Pero no voy a hablar de esto.

Así como determinados partidos no optan —ni dan la intención siquiera de optar— por una auténtica separación iglesia—estado, tan necesaria si se pretende conseguir una verdadera libertad religiosa en un país hipotéticamente confesional —que en mi opinión, más le valdría dejarse de medias tintas y optar por una auténtica laicidad—. Así incluso vimos hace meses como el nuevo currículo de la asignatura de religión hacia que el Boletín Oficial del Estado pasase a ser denominado de forma socarrona por no pocas personas como la Biblia Oficial del Estado, al proponer cosas como que los niños, para poder aprobar, deben «reconocer con asombro» la existencia de un dios en particular y que el mundo fue creado por ése, o que los niños no pueden alcanzar la felicidad por si mismos si no es con la ayuda de esa deidad en cuestión. Pero tampoco es de esto de lo que he venido a hablar.

No quiero hablar de promesas electorales. No quiero hablar de quienes son mejores o peores. No quiero hablar de quienes opino que se merecen más o menos votos. No.

Quiero hablar de lo que sé. De lo que controlo. De lo que tengo datos.

Quiero hablar de pseudociencias.

Hay alguien que se ha leído todos los programas de cuatro de las fuerzas políticas que se presentan a las elecciones del próximo día 24. Alejandro Briones nos regala esta tabla, en la cual ha analizado con detalle cada uno de los programas políticos autonómicos de algunos de los partidos políticos, desde la perspectiva en la que quiero mostrar.

Propongo un supuesto, en base a los datos de que disponemos, ni más ni menos.

Imagínense que soy un votante de ideología de izquierdas —ya que dos de los partidos analizados por Alejandro son las dos grandes fuerzas de la izquierda, Podemos e Izquierda Unida—, y trazar la comparación por un lado con una fuerza de las, digamos, dominantes —PSOE— y con un "control positivo" que será Equo —no lo digo yo, lo dijo el propio Alejandro en un tuit—.

Ahora imagínense que, como se le oye a mucha gente, estuviese, digamos, desencantado con los dos partidos mayoritarios y quisiera un cambio. Parece que mis opciones de voto siguiendo los criterios —votar a izquierdas y rechazar al PP y al PSOE— se ven reducidos.

Nos metemos en harina.

De entre los partidos que Alejandro ha analizado, tres de los cuatro mencionados tienen proclamas o medidas abiertamente en contra de los avances en biotecnología, incluido el partido liderado por el conocido científico Echenique, quien ya dejó clara su postura al respecto. Obviamente, Equo, el control positivo, está incluido. Pero desafortunadamente, el único que se ha librado es aquel al que no  queremos.

De entre los partidos analizados, exactamente los mismos —y aunque en una proporción ligeramente inferior, en todos los casos en más de la mitad del territorio— lanzan propuestas en contra de la que llaman "contaminación electromagnética", concepto que en realidad, expresa una idea acerca de algo que no existe. De nuevo, el único partido que queda libre de estas absurdas medidas es el que hemos descartado por razones políticas, en el supuesto de hace tres párrafos.

Y no solo eso. Además, los mismos partidos —esta vez con una tasa muy inferior en todos los casos, pero así y todo existentes— se exhibe un fomento de pseudociencias relacionadas con la salud y la sanidad.

En su apoyo a los cultivos ecológicos no se libra ninguno de los cuatro partidos estudiados. Si bien esto no me parece del todo negativo, en realidad exhibe una ignorancia respecto a lo que en realidad significa esta técnica tan rimbombante y de tan desafortunado (y erróneo) nombre —que incluye el uso de la homeopatía para el cuidado de las plantas, ojo—.

Como yo tengo una ideología más próxima a la izquierda —siempre dentro del supuesto del que he hablado—, me encuentro con un problema. No quiero votar a "los de siempre", pero eso me fuerza a votar a alguno de esos partidos que exhiben abiertamente aspectos pseudocientíficos, incluso anticientíficos.

Yo no quiero que me gobierne un corrupto, un caradura ni un aprovechado.

Pero tampoco quiero que me gobierne alguien que quiere que España se convierta en un "país libre de transgénicos" —la cual, por cierto, es una desafortunada traducción literal de una expresión inglesa—. No quiero que me gobierne un partido que tiene y/o fomenta una tecnofobia y un miedo a la ciencia tan abigarrado.

¿Y si fuera un votante de derechas? No dispongo de los datos porque, por un lado, en la vida real no lo soy, y porque, por otro lado, el que ha realizado este análisis solo lo ha hecho en base a los datos de esos partidos.

Estaría bien ver la misma tabla en respecto a los partidos de derechas, si bien es cierto que no estaríamos hablando de cultivos ecológicos, antitransgenicos y contaminación electromagnética, sino más bien hablaríamos de instauración de aspectos religiosos en la vida cotidiana, sanitaria y educacional, negacionismo del cambio climático, etc.

Hay algo que me dice que aparecerían, y no pocos.

Y ahora, yo me pregunto. ¿Cuándo habrá algún partido que se base en la racionalidad y en una cultura científica basada en la evidencia para generar sus programas al respecto?

En Twitter algunos ya han bromeado con crear un partido de izquierda que destaque por ser racional, que no se deje llevar por tendencias abiertamente pseudocientíficas. Que no acepte charlatanismos y que rechace los movimientos anticientíficos de forma sistemática.

Me pregunto si eso sería posible.

Porque entonces ya no me daría tanto miedo hablar de política.

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