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sábado, 24 de julio de 2010

Hay un dragón en mi garaje

Hoy quiero recordar al mundo la figura de Carl Sagan, un astrónomo y exobiólogo que falleció en 1996. Su libro, de publicación póstuma, "el mundo y sus demonios" recoge una cita que quiero compartir hoy con vosotros. La copia es literal, el texto pertenece a Carl Sagan. Todos los derechos de ese texto se reservan a su autor. Tiene relación con la Tetera de Rusell, o el MonEsVol... pero creo que es una de mis favoritas.
En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la boca.

Supongamos (sigo el método de terapia de grupo del psicólogo Richard Franklin) que yo le hago a usted una aseveración como ésa. A lo mejor le gustaría comprobarlo, verlo usted mismo. A lo largo de los siglos ha habido innumerables historias de dragones, pero ninguna prueba real. ¡Qué oportunidad!

- Enséñemelo – me dice usted.

Yo le llevo a mi garaje. Usted mira y ve una escalera, latas de pintura vacías y un triciclo viejo, pero el dragón no está.

- ¿Dónde está el dragón? – me pregunta.

- Oh, está aquí – contesto yo moviendo la mano vagamente -. Me olvidé decir que es un dragón invisible.

Me propone que cubra de harina el suelo del garaje para que queden marcadas las huellas del dragón.

- Buena idea – replico –, pero este dragón flota en el aire.

Entonces propone usar un sensor infrarrojo para detectar el fuego invisible.

- Buena idea, pero el fuego invisible tampoco da calor.

Se puede pintar con spray el dragón para hacerlo visible.

- Buena idea, sólo que es un dragón incorpóreo y la pintura no se le pegaría.

Y así sucesivamente.

Yo contrarresto cualquier prueba física que usted me propone con una explicación especial de por qué no funcionará.

Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre un dragón invisible, incorpóreo y flotante que escupe un fuego que no quema y un dragón inexistente? Si no hay manera de refutar mi opinión, si no hay ningún experimento válido contra ella, ¿qué significa decir que mi dragón existe? Su incapacidad de invalidar mi hipótesis no equivale en absoluta a demostrar que es cierta. Las afirmaciones que no pueden probarse, las aseveraciones inmunes a la refutación son verdaderamente inútiles, por mucho valor que puedan tener para inspirarnos o excitar nuestro sentido de maravilla. Lo que yo he pedido que haga es acabar aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo.

Lo único que ha aprendido usted de mi insistencia en que hay un dragón en mi garaje es que estoy mal de la cabeza. Se preguntará, si no se puede aplicar ninguna prueba física, qué fue lo que me convenció. La posibilidad de que fuera un sueño o alucinación entraría ciertamente en su pensamiento. Pero entonces ¿por qué hablo tan en serio? A lo mejor necesito ayuda. Como mínimo, puede ser que haya infravalorado la falibilidad humana.

Imaginemos que, a pesar de que ninguna de las pruebas ha tenido éxito, usted desea mostrarse escrupulosamente abierto. En consecuencia, no rechaza de inmediato la idea de que haya un dragón que escupe fuego por la boca en mi garaje. Simplemente, la deja en suspenso. La prueba actual está francamente en contra pero, si surge algún nuevo dato, está dispuesto a examinarlo a ver si le convence. Seguramente es poco razonable por mi parte ofenderme porque no me cree; o criticarle por ser un pesado poco imaginativo... simplemente porque usted pronunció el veredicto escocés de "no demostrado".

Imaginemos que las cosas hubiesen sido de otro modo. El dragón es invisible, de acuerdo, pero aparecen huellas en la harina cuando usted mira. Su detector de infrarrojos registra algo. La pintura de spray revela una cresta dentada en el aire delante de usted. Por muy escéptico que se pueda ser en cuanto a la existencia de dragones – por no hablar de seres invisibles – ahora debe reconocer que aquí hay algo y que, en principio, es coherente con la idea de un dragón invisible que escupe fuego por la boca.

Ahora otro guión: imaginemos que no se trata sólo de mí. Imaginemos que varias personas que usted conoce, incluyendo algunos que está seguro que no se conocen entre ellas, le dicen que tienen dragones en sus garajes... pero en todos los casos la prueba es enloquecedoramente elusiva. Todos admitimos que nos perturba ser presas de una convicción tan extraña y tan poco sustentada por una prueba física. Ninguno de nosotros es un lunático. Especulamos con lo que significaría que hubiera realmente dragones escondidos en los garajes de todo el mundo y que los humanos acabáramos de enterarnos. Yo preferiría que no fuera verdad, francamente. Pero quizás todos aquellos mitos europeos y chinos antiguos sobre dragones no eran solamente mitos...

Es gratificante que ahora se informe de algunas huellas de las medidas del dragón en la harina. Pero nunca aparecen cuando hay un escéptico presente. Se plantea una explicación alternativa: tras un examen atento, parece claro que las huellas podían ser falsificadas. Otro entusiasta del dragón presenta una quemadura en el dedo y la atribuye a una extraña manifestación física del aliento de fuego del dragón. Pero también aquí hay otras posibilidades. Es evidente que hay otras maneras de quemarse los dedos además de recibir el aliento de dragones invisibles. Estas "pruebas", por muy importante que las consideren los defensores del dragón, son muy poco convincentes. Una vez más, el único enfoque sensato es rechazar provisionalmente la hipótesis del dragón y permanecer abierto a otros datos físicos futuros, y preguntarse cuál puede ser la causa de que tantas personas aparentemente sanas y sobrias compartan la misma extraña ilusión.
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lunes, 19 de julio de 2010

Homo sapiens también evoluciona

Eso demuestran algunos estudios que se han ido haciendo en los últimos años, y que resume relativamente bien la noticia que apareció en el diario 20 minutos el 20 de Septiembre del año pasado.

El artículo muestra que Homo sapiens Linnaeus 1758 es un animal más, que como el resto de los animales, sufre procesos de evolución. Además, intenta mostrar que ese proceso –sea por motivos naturales o por producto de una selección artificial– está acelerándose respecto a cómo funcionaba en el pasado. Desde que nuestros tatara-tatara-tatarabuelos se distribuyeron por los continentes africano y euroasiático hace 40.000 años, la especie ha visto incrementado notablemente su población –aunque la noticia hace referencia al crecimiento, prefiero referirme a esto, pues de otro modo puede dar lugar a una confusión con la estatura, con alcanzar la edad sexual o con la longevidad un incremento en el que intervino la aparición de la agricultura.
Un incremento de la población lleva a un incremento de las oportunidades de desarrollo de mutaciones genéticas de tipo beneficioso –hablo de números absolutos, ya que, en principio, la proporción es constante, ergo, más gente, más mutaciones– que son uno de los motores de la evolución.
En el estudio que desmostró tales resultados, se examinaron más de tres millones de variantes de ADN en unas 300 personas –desde mi punto de vista, un poco escaso en el muestreo, ya que la población total casi alcanza los 7.000 millones–, encontrándose 1.800 genes que se habrían extendido de forma relativamente reciente. Precisamente, uno de estos genes fue el que nos permite digerir leche a los adultos o la aparición de los ojos azules, más reciente de lo que se cree.
Hace menos de 20.000 años, no podía hablarse de 'razas humanas', ya que entonces todavía no habían aparecido los genes que supusieron una pigmentación más clara de la piel en aquellas personas que habitaban en las latitudes más al norte. Una pigmentación que se desarrollaría con el objetivo de compensar una menor cantidad de luz solar, necesaria para la producción de Vitamina D. Sí, así es, hace más de 20.000 años todos éramos negros.
Al contrario de lo que inicialmente se creía, el hecho de que la especie comenzara a asentarse en un mismo lugar durante largos periodos de tiempo, y la consecutiva generalización de la agricultura; ayudó a la aceleración del desarrollo de nuevos genes. ¿Por qué? porque mantenerse sedentario favorece la consanguinidad. Una mayor relación familiar entre los diferentes individuos de cada población,... la formación de barreras –aunque sean barreras sociológicas– favorece la especiación parapátrica.
Según dice la noticia literalmente, los ojos azules, así como la piel clara, son rasgos identificativos de un grupo determinado de humanos que decició establecerse en un nuevo entorno, distinto al que hasta entonces había sido el habitual. Este cambio supuso el desarrollo de nuevos genes, frutos de esa selección natural propia del proceso evolutivo. Esta pigmentación más clara permite una mayor absorción de luz solar, necesaria para vivir –nota de Vary: ya que en las latitudes más altas, la intensidad solar es menor, y por tanto, una piel más oscura implica menos absorción–
Sin embargo, el hecho de que el mismo estudio haya revelado que nadie tenía genes de ojos azules hace 10.000 años, revela otro misterio. Si la evolución de la raza se ha multiplicado de tal forma en los últimos años, podría deberse a una mayor facilidad reproductiva en aquellas personas poseedoras de ojos claros. Es decir, que se trate de una mutación que se viera favorecida por ser de tipo atractivo sexual. Si Jean M. Auel lo hubiera sabido a tiempo...

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