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lunes, 28 de octubre de 2013

Censura y Streisand: “Ecologismo y transgénicos: una propuesta desde la izquierda”

Se ha censurado en la web «Mundo Obrero» el artículo de Juan Segovia, miembro del Comité Científico de IU y militante del PCE y para hacer gala de la libertad de expresión, y favoreciendo el conocido efecto Streisand, aquí os enlazo el artículo, que aún está en la caché de Google, y también los enlaces a todos aquellos blogs divulgadores que (hasta donde yo sé) se han hecho eco de la censura y lo han transcrito.


El artículo que publicaba Segovia hace días se titulaba “Ecologismo y transgénicos: una propuesta desde la izquierda”. Por lo visto, hay a algunos ecologuays (alguno de ellos incluso lo ha declarado abiertamente por Twitter) a los que que el artículo sentó mal, y han decidido retirarlo de la web sin mediar debate alguno, y sin aportar argumentos que defendieran dicha retirada. Dado que el artículo goza de un exquisito rigor científico, y dado también que siempre soy y seré un defensor de la libertad de expresión, yo también transcribiré el artículo.

Aunque raras veces me veréis hablar de política... ¡Chicos, estoy con vosotros!



ECOLOGISMO Y TRANSGÉNICOS: UNA PROPUESTA DESDE LA IZQUIERDA

Parece haber una guerra abierta del movimiento ecologista en general y de los partidarios de la “agricultura ecológica” en particular contra una tecnología conocida como ingeniería genética, y más concretamente contra los organismos genéticamente modificados, los famosos transgénicos. Los enemigos de esta tecnología sostienen que dichos organismos son potencialmente peligrosos para el medio ambiente y el consumo humano y que su producción lleva al agricultor a perder control sobre sus productos en favor de multinacionales como Monsanto.

En cambio los defensores de los organismos genéticamente modificados (entre los que me encuentro) sostenemos que no hay estudios que demuestren la supuesta peligrosidad de estos organismos (lo que no quita que pueda haber algún estudio concreto de algún organismo concreto, en situaciones experimentales muy concretas). A esta falta de pruebas sobre la peligrosidad se suman las numerosas pruebas en sentido contrario, como la que apuntan que estos organismos pueden contribuir a mejorar el medio ambiente, ya sea gracias a la capacidad de algunos para resistir a las plagas (lo que conlleva un menor uso de pesticidas), la menor necesidad de agua para su producción en otros casos y un largo etcétera de mejoras que hacen que los cultivos sean más resistentes y productivos. A estas ventajas medioambientales se suman también otras para la salud humana. Un buen ejemplo de ello es el arroz dorado, que de ser producido en grandes cantidades podría evitar más de un millón de casos de ceguera al año por déficit de beta-carotenos en Asia, o el trigo sin gluten que recientemente se ha desarrollado en la Universidad de Córdoba.


En cuanto al tema de la dependencia tecnológica de multinacionales, debemos recordar que la agricultura mundial ya dependía de estas mismas multinacionales antes de que existieran los transgénicos y por lo tanto estos no pueden ser nunca la causa de esta dependencia. No se trata de estar en contra de esta tecnología como forma de oponerse a las multinacionales, de la misma forma que nuestra lucha contra los abusos de Microsoft o Apple no nos llevan a estar en contra de la informática sino a apostar por el software libre y gratuito. De la misma forma, en agricultura deberíamos apostar por algo parecido, un sistema público de desarrollo de esta tecnología que permita al agricultor acceder a la misma libremente, reduciendo o eliminando la actual dependencia con las multinacionales. Un camino que ya han iniciado muchos países, como Cuba, donde el estado financia la investigación sobre semillas transgénicas que posteriormente llegarán a los agricultores a precio de semillas corrientes. Gracias a esta tecnología, Cuba ha comenzado a cultivar un maíz resistente a la principal plaga de la isla, reduciendo su dependencia del maíz de importación y por lo tanto mejorando su soberanía alimentaria.

Sin embargo, el análisis básico de los ecologistas sobre el modelo agrícola actual es sustancialmente correcto: El sistema de explotación capitalista de la agricultura es un modelo insostenible desde el punto de vista medioambiental que está generando numerosos problemas como la erosión y pérdida del suelo, la contaminación de ríos y acuíferos por culpa de los abonos nitrogenados inorgánicos y de pesticidas, pasando por la desecación de esos mismos acuíferos, la generación de residuos sólidos, la deforestación de grandes zonas de selva tropical para obtener tierras de labor, etc. A todo esto debemos sumar que el actual modelo agrícola es socialmente injusto por que dificulta la supervivencia a los pequeños agricultores y favorece que a las multinacionales acaparar cada vez mayor parte del pastel; haciendo que los pueblos sean cada vez más dependientes de estas compañías y convirtiendo la alimentación en un producto para especular en lugar de un Derecho Humano con el criminal resultado de que millones de personas mueran de hambre. no por la falta de producción de alimentos sino a causa de esa especulación que tan vilmente enriquece a unos pocos.

Frente a este modelo, la respuesta ha sido la agricultura mal llamada ecológica u orgánica, cuyos heterodoxos planteamientos pueden ir desde posturas más o menos basadas en propuestas racionales que se apoyan en investigaciones científicas serias hasta en las ideas metafísicos de ciertos grupos, amantes de concepciones esotéricas sobre “lo natural” que defienden la vuelta a un supuesto pasado idílico en el que vivíamos en “armonía con la naturaleza”. Si bien de los planteamientos de estos últimos poco se puede sacar de utilidad, lo cierto es que gracias a los primeros tenemos conceptos tan valiosos como el de lucha integrada contra las plagas, la combinación de cultivos para aumentar la resistencia frente a enfermedades, el compostaje, la protección del suelo mediante setos y/o técnicas de laboreo adecuadas y otras propuestas que suponen una valiosa contribución a un futuro modelo de agricultura sostenible que garantice el derecho de la humanidad a una alimentación sana y de calidad. Muchos de los defensores de la tecnología transgénica califican a la agricultura ecológica de anticientífica y a sus partidarios de tecnófobos radicales que rechazan irracionalmente el avance tecnológico. Postura esta última irracional, absurda e insostenible, ya que si bien es cierto que dentro de este movimiento hay mucho new age pasado de peyote; lo cierto es que, como reza el dicho, no todo el monte es orégano y agricultores ecológicos hay de muy diverso pelaje: desde luditas radicales a simples agricultores convencionales que ven una oportunidad de conseguir con la moda de “lo orgánico” mejores mercados y un precio más justo por su producto. No obstante, la mayoría de ellos comparten una preocupación genuina por el medio ambiente y la búsqueda de un modelo agrícola alternativo que sea medioambientalmente sostenible y que garantice la soberanía alimentaria de los pueblos. Algo con lo que desde un planteamiento de izquierdas difícilmente puede estarse en contra.


Desgraciadamente, hoy en día estas técnicas por si solas no pueden competir ni de lejos en producción con las de la agricultura tradicional. El producto ecológico es un producto caro que sólo tiene futuro gracias a un sector de la población que posee dos características muy específicas: un poder adquisitivo suficiente para poder hacer frente al sobreprecio que supone esta forma de explotación y la creencia de que estos productos son mejores para su salud personal o que dicho producto tiene ciertas cualidades organolépticas superiores (el consabido tomate “que sabe a tomate de los de antes”) que le lleva a pagar ese sobreprecio. Así, lo que en principio pretende ser una respuesta contra la agricultura capitalista, acaba siendo integrado en este sistema como (ironías de la vida) un producto de lujo. A esto ha contribuido enormemente el hecho de que para considerar a un producto como “ecológico” no tiene que probar que es ambientalmente sostenible, sino solamente que en su producción no se han utilizado productos químicos de síntesis. Es decir, que unos kiwis producidos en Nueva Zelanda sin productos químicos de síntesis y transportados a Europa por avión obtendrían su sello de orgánicos pese a que la huella ecológica debida a ese transporte por avión sea posiblemente muy superior a la de cualquier producto cultivado en las cercanías del lugar de consumo, sea o no orgánico. De la misma forma, será considerado ecológico un producto abonado con abonos orgánicos, aunque estos sean utilizados excesivamente y contaminen (que también pueden) un cauce de agua próximo.

Debemos entender que la actual agricultura ecológica no es hoy en día una alternativa, sino una parte más del modelo capitalista de explotación agrario, que con el marketing de la defensa de “lo natural” tiene como público objetivo a las clases más pudientes de dicho sistema. Plantear una batalla agricultura ecológica contra convencional carece de sentido pues ambas se encuentran integradas en el modelo de mercado capitalista, cada una dirigida a grupos de consumidores diferentes, uno más generalizado y el otro más especializado y pudiente. Frente a esto debemos plantearnos un modelo de producción agraria diferente que sea realmente sostenible para el planeta, que permita garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos y una buena calidad de vida al agricultor, y que al mismo tiempo proporcione alimentos de calidad a un coste asequible para cualquier persona. Un modelo así requiere tener en cuenta una gran cantidad de factores, desde los sociales y económicos relacionadas con los medios de producción y la propiedad de la tierra hasta los relacionados con los métodos de producción, como las técnicas de cultivo para emplear o la selección de plantas adecuadas. En este modelo sostenible los transgénicos son una herramienta agrícola más que contribuyen con semillas más resistentes tanto a enfermedades y plagas como a sequías o heladas. Desde esta perspectiva basada en el concepto de producción integrada sostenible, la soberanía alimentaria de los pueblos y la consideración del derecho a comer como un derecho humano fundamental que debe ser garantizado por los poderes públicos mundiales, los cultivos transgénicos son perfectamente compatibles con los planteamientos ecologistas, pudiendo convertirse en una tecnología extremadamente valiosa en la consecución de esos objetivos.
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martes, 22 de octubre de 2013

Sensibilidad

Definiendo «hipersensibilidad»

Hay muchos tipos de enfermedades. Muchísimos. En diagnóstico está la mnemotecnia del MIDNIT, que nos resume bastante bien las respuestas de las enfermedades por grupos: metabólicas, inflamatorias, degenerativas, neoplásicas, infecciosas y traumáticas.

De forma general, cualquier tipo de enfermedad que presenta una reacción inmunitaria exagerada se denomina hipersensibilidad. Los síntomas diagnósticos incluyen trastornos de diferentes tipo, desde leve incomodidad, hasta shock anafiláctico y muerte. Las hipersensibilidades implican la presencia de un antígeno que entra al organismo de algún modo, y cuya presencia despierta la reacción inmunitaria. Es decir, que para que exista la reacción es necesaria la presencia de un antígeno.
Típica reacción de un antígeno
y un anticuerpo. (Wikipedia)

Así que vamos a definir lo que es un antígeno. Se define como cualquier sustancia capaz de desencadenar la formación de anticuerpos, es decir, que puede causar respuesta inmunitaria. Los antígenos incluyen principalmente proteínas y polisacáridos, en forma de fragmentos de bacterias, virus y otros organismos como granos de polen; también pueden ser proteínas o polisacáridos de seres vivos, incluso del propio organismo (lo que generaría una respuesta autoinmune) o de órganos trasplantados. Sin embargo, los lípidos y los ácidos nucleicos son antígenos únicamente cuando se combinan con polisacáridos o con proteínas. Cada antígeno se define por su anticuerpo, con los que son complementarios.

La hipersensibilidad, en función del tiempo en que se demora la aparición de los síntomas y la dosis, se divide en cuatro tipos:
  • La inmediata, también denominada alergia. 
  • La dependiente de anticuerpos (p.ej. Goodpasture o Graves, o la fiebre reumática)
  • El complejo inmune (p.ej. artritis reumatoide o el plumón del granjero)
  • La mediada por células (p.ej. el rechazo de transplantes o la celíaca)
Es muy fácil comprobar si una persona presenta una hipersensibilidad a un antígeno dado. Basta con hacer una pequeña perforación en la epidermis y aplicar una pequeña cantidad diluida del antígeno en cuestión sobre ésta. En caso de que exista reacción hipersensible surgirá una reacción que aparecerá como hinchazón, enrojecimiento, o incluso una erupción. Otra forma de hacer la prueba sería por inhalación de compuestos, aunque en estos casos, la reacción esperada sería diferente. 

Hipersensibilidad a múltiples productos químicos

La de la cota de malla. (RTVE)
Bien. Una vez definidos estos parámetros, nos ponemos a ello. Hace no mucho, en mi twitter personal tuve una curiosa discusión. La discusión surgió a raíz de una serie de comentarios realizados sobre la electrosensibilidad aquella de la señora de la cota de malla de plata. ¿La recordáis? Bueno, pues hubo respuestas y una derivación de la conversación a otro tema. Era el de la sensibilidad química múltiple. Fue con una persona que aseguraba tener un amigo paciente de esta supuesta enfermedad. Lo que decía…
mi vivencia. Al enfermo a veces le sienta mal entrar a una galería donde no queda nada. Meses sin descubrir pq

durante 1 de esas crisis, bajamos a ver al vecino y le preguntamos si a tendido ropa recién labada. La respuesta si

ahora la galería esta cerrada y el enfermo puede acceder a la galería sin sufrir crisis

tengo chanclas + nuevas (3 meses) parecidas a otras viejas.Si hago visita con nuevas crisis al canto.

1 prueba q hemos hecho: ntrar con 1 cartón n habitación sin que lo sepa y el paciente empieza al poco con síntomas

Son algunos de los tweets de aquella discusión. El caso que se nos propone tiene tres posibles orígenes de los antígenos a los cuales reaccionar, en este caso particular:

  • El detergente o suavizante del vecino, que libere algún componente volátil que se comporte como antígeno
  • Algún componente volátil del plástico de que estén compuestas unas chanclas, que no presenten las otras chanclas, las anteriores
  • Algún componente volátil del papel o cartón
El caso más simple de todos es el del papel. El papel emite sustancias volátiles; según de qué árbol proceda, puede emitir formaldehído e incluso compuestos aromáticos. Todos ellos presentes en la madera. Es decir, que esa persona no puede tener, de base, ningún tipo de madera en toda la casa.

El Maligno Suavizante (Deplas)
Los otros dos casos son más complejos, sobre todo el que representa las chanclas. Los plásticos pueden emitir una enorme cantidad de compuestos aromáticos y otros hidrocarburos… y cuando hablo de «enorme cantidad» me refiero a la variedad de moléculas posibles, pero no en cuanto a concentración. Si hablamos de concentración, la cantidad es mínima.

La respuesta, tal y como nos lo presenta el twittero, sería de tipo I, es decir, alérgica. El ataque aparece de forma prácticamente inmediata.

La visión científica

Ahora, vamos con las pruebas de las de verdad. Las científicas.

En primer lugar podemos buscar en la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud. Nada. No reconocen la SQM como enfermedad orgánica.

¿Qué hay de la Academia Americana de Alergias e Inmunología? Tampoco.

¿Y la Asociación Médica Estadounidense? Nada.

¿El Colegio Americano de Medicina? Rien de rien.

¿La Sociedad Internacional Reguladora de Toxicología y Farmacología? Nothing.

Podéis buscarlo vosotros mismos.

Pero vale. Supongamos que tal vez se trate de una enfermedad nueva, que aún no haya sido catalogada por ninguno de estos organismos. Démosle aún el beneficio de la duda.

El ensayo

¿Qué pasa si hacemos ensayos a doble ciego? Es decir. Tomamos una serie de muestras de diferentes tipos de sustancias volátiles.

Vamos a hacer un supuesto práctico… Vamos a poner en una muestra formaldehído. No, formaldehído no, vamos a poner un trozo de cartón en agua, en una cazuela. Entera. Así no hay duda de que lo que haya en el cartón, va a estar ahí. En otra muestra vamos a hervir esa chancla, sí, por qué no. Y en una tercera muestra vamos, por supuesto, a echar una mezcla de detergentes y suavizantes de lavadora.
Voy a poner tres cazuelas más. Pero van a estar vacías. Esas tres cazuelas servirán de control.

Voy a dar esas seis cazuelas, cerradas, al auxiliar de laboratorio. Le voy a pedir que las coloque en un orden aleatorio. Después, que eche el agua que contiene cada una de ellas (si lo tiene) en un humificador o un difusor, y que me etiquete el mismo con un número aleatorio entre el 1 y el 6, sin que se repitan.

Ahora, seleccionaré a un grupo de personas con SQM. A cada uno de todos ellos les citaré seis días. El amigo de mi amigo twittero también. Los iré turnando por seis salas esterilizadas, que tendrán cada una de ellas uno de esos humificadores. Recordemos que cualquier compuesto que presente la muestra se va a dispersar por la atmósfera.

Las personas podrían o no sufrir los efectos. Si la enfermedad es real, no cabría ninguna duda: en las tres muestras control (recordemos que son simplemente aire) no presentarían ninguna respuesta, mientras que en las otras tres muestras cabe esperar cierta respuesta (depende de lo "múltiple" que sea la sensibilidad en cuestión). Si no apareciera respuesta inmune en ninguna muestra, cabría esperar que el enfermo de SQM no sea sensible a ninguna de esas tres muestras y sí lo sea para otras, aunque el paciente, el amigo de mi amigo de twitter, ése debería dar positivo en las tres, ¿no?.

¿Dónde están los antígenos en
esta muestra? (Ceibal)
Sin embargo no cabe duda de que si presenta respuesta inmune a las muestras inocuas, entonces es lo que se denomina un efecto nocebo. Lo bueno de esto es que el paciente no sabe qué muestra está respirando, y el investigador tampoco lo sabe. De este modo no hay ninguna interpretación por prejuicios; los resultados serán los que sean. Luego, después del experimento, después de obtener los resultados, podremos comprobar qué muestra era cada una.

Podríamos también hacer la prueba típica de las alergias, lo que he explicado ahí arriba de los pinchacitos en la piel y la gota de disolución. Sería otra forma.

Vale, sí. Ya lo sé. No lo voy a poder hacer. Es una pena. No tengo medios, dinero ni personal. Pero hay gente que lo ha hecho. Tal vez no hayan usado un método tan rudimentario como el mío, ni han metido las chanclas de mi amigo el de twitter en un humificador para hacer las pruebas. Pero sí que han hecho análisis clínicos en doble ciego. Todos los experimentos muestran que los pacientes reaccionan negativamente a las muestras control, incluso si como muestra control se utiliza aire puro. Es decir, un efecto nocebo de libro.

Podéis ver algunos artículos científicos que muestran este efecto, abajo.

Eso hace pensar que realmente no sea una enfermedad orgánica, sino un efecto de origen psicosomático. Es decir, el cerebro cree que el organismo debería presentar síntomas, y el organismo presentara esos síntomas.

Más o menos lo mismo que lo que ocurre con aquello de la hipersensibilidad electromagnética que ya vimos en aquel artículo en cuatro partes de la cota de malla de plata.

Bibliografía

J. Das-Munshi, G. J. Rubin, S. Wessely, Multiple chemical sensitivities: A systematic review of provocation studies, Journal of Allergy and Clinical Immunology, 118, pp.1257-1264 (2006)

Bornschein S, Hausteiner C, Römmelt H, Nowak D, Förstl H, Zilker T. (2008). «Double-blind placebo-controlled provocation study in patients with subjective Multiple Chemical Sensitivity (MCS) and matched control subjects». Clin Toxicol (Phila). 46 (5): pp. 443–9.

Gots RE. Multiple Chemical sensitivities: What is it? North Bethesda, MD: Risk Communication International, Inc., March 31, 1993.

Gots RE (1995). «Multiple chemical sensitivities--public policy». J. Toxicol. Clin. Toxicol. 33 (2): pp. 111–3.


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